Debemos pasar a la acción e invertir en prevención

Las pérdidas y daños por desastres son un gran descalabro financiero para los países y merman el desarrollo sostenible.

La emergencia climática es la mayor amenaza económica, social y ambiental que enfrenta el planeta y la humanidad. Los desastres relacionados con el clima casi se han duplicado en comparación con los veinte años anteriores. Esto ha exacerbado las desigualdades dentro y entre los países, y aquellos que contribuyen en menor medida a las emisiones globales, a menudo experimentan los peores impactos.

De acuerdo con los últimos informes, a finales de esta década habrán 1.5 desastres ambientales diarios en el mundo. El cambio climático está ocasionando amenazas meteorológicas más frecuentes, extremas e impredecibles, por lo que las inversiones en las alertas tempranas ahora son más urgentes que nunca.

Para articular acciones que reduzcan el riesgo de desastres y las pérdidas que estos ocasionan, se creó la UNDRR y se ha encomendado a esta oficina el apoyo para la implementación del Marco de Sendai, un acuerdo que se ha contituido como la hoja de ruta sobre la forma de lograr que las comunidades sean más seguras y resilientes.

Entrevistamos Nahuel Arenas, Deputy Chief of Regional Office for the Americas & the Caribbean de UNDRR, quien durante los últimos 20 años, ha liderado programas de asistencia humanitaria, de reducción de riesgo de desastres y de cooperación al desarrollo en América Latina y el Caribe, África y Asia-Pacífico, para conocer el panorama de nuestra región, una de las más vulnerables del planeta.

 

Tomando en cuenta que es la propia acción del hombre la que agrava las consecuencias de los fenómenos naturales, ¿cuáles son las bases para reducir la vulnerabilidad de la región frente al cambio climático? 

Para reducir las vulnerabilidades debemos en primer lugar, impulsar el liderazgo político. La prevención y reducción del riesgo de desastres debe ser el centro de nuestros esfuerzos mediante políticas, planes y programas para la variedad de riesgos que enfrentamos.

Así mismo, tenemos que empoderar a las comunidades, movilizar a la sociedad para garantizar que nadie se quede atrás. También nos corresponde explorar un nuevo “contrato social” sobre el cambio climático que establezca las responsabilidades y lo que se puede esperar de los gobiernos, las ciudades, el sector privado y otros actores.

Finalmente, pero no menos importante, señalar el rol fundamental que tiene el sector privado, responsable del 75 % al 85 % de las inversiones en promedio en los países. Tenemos que invertir en sistemas de infraestructura sostenibles y resilientes, promover inversiones informadas por el riesgo y mecanismos de financiación de la reducción de riesgo que protejan los avances del desarrollo.

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Desde el 2015 cuando se firmó el Marco de Sendai para la reducción del riesgo de desastres, ¿considera que se han hecho avances palpables hasta la fecha?

En la región se han obtenido logros durante la mitad del periodo de implementación del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres (2015-2030), la hoja de ruta global para la construcción de resiliencia. Por ejemplo, se han venido haciendo importantes inversiones para fortalecer las instituciones especializadas en el tema, así como para la aplicación de nuevos sistemas de alerta temprana y el mejoramiento de algunos ya existentes. Esto permitió a algunos países reducir la mortalidad causada por los desastres, sobre todo los de origen hidro-meteorológico. También tenemos un mejor conocimiento sobre el riesgo y los factores que lo alimentan. Sin embargo, debemos reforzar el apoyo internacional prestado a los países menos adelantados y a los pequeños Estados insulares en desarrollo, a fin de que puedan establecer y ampliar sus sistemas de alerta temprana.

En nuestra región, los compromisos internacionales han mostrado una adhesión cada vez mayor de los países. Así mismo, sirvieron de impulso para generar una mejor gobernanza del riesgo y para impulsar acciones desde distintos grupos de la sociedad y sectores gubernamentales. Las iniciativas de la sociedad civil, por ejemplo, han sido fundamentales para poner en práctica la gestión del riesgo con una visión de no dejar a nadie atrás.

Debemos, sin embargo, redoblar esfuerzos en dos sentidos fundamentales. En primer lugar, asegurar que la reducción de riesgo de desastres sea un elemento central en la planificación al desarrollo, porque no hay nada que atente más contra el desarrollo que los desastres. La reducción de riesgos debe ser un esfuerzo multisectorial y a todo nivel. Por otro lado, de nada sirve contar con planes y estrategias si las mismas no están acompañadas del financiamiento necesario. Estamos en la región que más costos económicos por desastres absorbe. Hay países que gastan más en atención a desastres que su gasto social. Otros que están en continua reconstrucción. 

 

¿Cuánto han invertido los países de Centroamérica y el Caribe en la acción para la reducción del riesgo de desastres?

La inversión en la reducción del riesgo es elemento clave del desarrollo sostenible. Sin embargo, esto debe vincularse a una reelaboración de los sistemas financieros y de gobernanza para tener en cuenta los costos reales de la falta de acción actual para hacer frente a riesgos como el cambio climático. Sin ello, los balances financieros y la toma de decisiones en materia de gobernanza seguirán fragmentados y serán cada vez más imprecisos e ineficaces. Una inversión de $800 millones de dólares en sistemas de alerta temprana en los países en desarrollo, por ejemplo, podría evitar que se produzcan pérdidas de entre $3.000 millones y $16.000 millones de dólares al año.

No obstante, aún no se ha logrado convencer a los tomadores de decisiones de la necesidad de invertir para reducir los factores subyacentes del riesgo.

El sector privado ha aumentado su inversión y compromiso con la resiliencia, por ejemplo, a través de acciones concretas para fortalecer sus capacidades, crear redes y trabajar en alianza con el sector público. Las redes de la Alianza del Sector Privado para Sociedades Resilientes (ARISE), en todo Centroamérica y el Caribe han impulsado acciones para fortalecer sus cadenas de valor, para desarrollar planes de continuidad de negocios, y para aumentar el blindaje de sus inversiones ante el riesgo, especialmente después del impacto de los huracanes ETA, IOTA, Irma y Maria. 

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¿Cuáles son las iniciativas que desde UNDRR se están impulsando para la resiliencia de la región frente al impacto del cambio climático?

UNDRR es la agencia custodia del Marco de Sendai para la Reducción de Riesgo de Desastres 2015-2030. Como tal, promovemos su implementación apoyando a los países y otras partes interesadas a través del seguimiento de compromisos políticos, el diseño de políticas públicas multisectoriales a todo nivel, el apoyo técnico directo a instancias inter-gubernamentales, regionales y locales, como también al sector privado, el fomento de alianzas público-privadas y el desarrollo de herramientas e incentivos que permitan a todos estos actores a identificar los riesgos y desarrollar medidas para reducirlos.

Como mencionaba anteriormente, ARISE, la Alianza del Sector Privado para Sociedades Resilientes, es una iniciativa que co-lideramos con el sector privado para aumentar la resiliencia empresarial ante el riesgo de desastres. Existen redes ARISE en veinte países de las Américas y el Caribe, desde Canadá hasta Argentina, que trabajan de manera colaborativa para promover inversiones que sean mejor informadas por el riesgo de desastres, fomentar la resiliencia de las infraestructuras, aumentar la resiliencia de las PyMEs, y expandir el rol del sector asegurador en la reducción de riesgo de desastres, no sólo desde un punto de vista correctivo, sino también preventivo. En Centroamérica, además de redes nacionales, la red INTEGRARSE como tal es miembro de ARISE, como también la Red de Cámaras del Comercio del Caribe, CARICHAM.

 

Ante los inminentes cambios, ¿podríamos decir que la humanidad está entrando en la era de la revolución de la sostenibilidad? ¿Qué implica esto?

Quisiera creer que sí porque se ha hecho evidente que no pensar en resiliencia y en sostenibilidad atenta contra cualquier modelo de negocios. No puede haber negocios exitosos en países y comunidades fracasadas. La pandemia nos ha abierto los ojos sobre el nivel de interconexión del mundo; cómo un virus con origen en una ciudad intermedia China ha afectado sistemas sociales, económicos, políticos del mundo entero. Vemos hoy en día los impactos de la guerra en Ucrania en precios y cadenas de suministro. En este contexto, no podemos pensar en nuestras empresas de manera aislada. Precisamos un análisis sistémico y pensar la resiliencia de toda la cadena de valor. Al final somos tan fuertes como el eslabón más débil de la cadena. Esto hace que necesariamente tengamos que pensar más allá de lo inmediato. Hemos visto cuantas empresas no han sobrevivido al desastre global de la pandemia. También observamos cómo los desastres pueden significar una sentencia de muerte para muchas empresas, sobre todo para las pequeñas y medianas empresas (PyMES). En las Américas y el Caribe el 90 % de las empresas son PyMEs, responsables de más del 70 % del empleo, según la OIT. Así y todo, según nuestros estudios, sólo un tercio de las PyMEs latinoamericanas conoce iniciativas que apoyen a reducir los riesgos y proteger su negocio de múltiples desastres – en el Caribe es menos de un quinto.

En este contexto de aumento de los riesgos, de gran interconexión con impactos y efectos cascada muchas veces impredecibles, y de aumento de la incertidumbre, diría que para la mayoría de las empresas la resiliencia es un factor de vida o muerte. Tenemos que dejar de pensar la sostenibilidad y la resiliencia sólo cómo elementos de responsabilidad social empresarial y verlos fundamentalmente como una manera inteligente de hacer negocios en el contexto del mundo en que vivimos. En pocas palabras, la resiliencia es un buen negocio. 

 

¿Qué oportunidades ve usted frente al nuevo paradigma que plantea el cambio climático, en términos de economía, negocios, estrategias y planeación?

Creo que hay una tendencia que ya es irreversible hacia oportunidades de negocio dirigidas a que integren tecnologías limpias, que contribuyan a la transición energética y a la economía circular, y en última instancia al equilibrio ambiental. A medida que avanza la tecnología, la energía limpia gana terreno. En India, por ejemplo, uno de los países que emiten más CO2 a nivel mundial, desde el 2018 la producción de electricidad a partir de energía solar es más barata que la electricidad producida a base de carbón. Esto no quiere decir que el carbón desaparezca de un día para otro, pero sí que vaya perdiendo el atractivo económico. Países como Alemania, Portugal y Gran Bretaña ya están reduciendo significativamente su uso.

Si bien la industria de los combustibles fósiles está observando, hoy en día, rendimientos exponenciales a causa del conflicto en Ucrania, también se ha puesto de manifiesto la necesidad de los países de reducir su dependencia de este tipo de combustibles. Por ello, creo que a corto y mediano plazo se va a terminar fortaleciendo la determinación de hacer una transición hacia energías renovables, como un camino tanto hacia la seguridad energética como para asegurar el acceso universal y los empleos verdes que el mundo necesita. Esta transición no sólo afecta el sector energético sino a todos los sectores e industrias. Esta es una realidad que no desconocen quienes tienen que tomar decisiones de inversión. Es por ello que un modelo de negocios alineado a este contexto, que integra los riesgos, que se ocupa de la resiliencia de su cadena de valor y que apuesta por la sostenibilidad siempre será más atractiva para los inversores.

 

Específicamente en Panamá, ¿está llevándose a cabo un trabajo en conjunto Gobierno y sector privado para la reducción de riesgos de desastres?

El trabajo en Panamá marcha con pasos firmes. Hace unos meses, se creó el Gabinete de Gestión Integral del Riesgo de Desastres de Panamá, liderado por el Ministerio de Gobierno y el Sistema Nacional de Protección Civil, con el compromiso de integrar a distintos actores y sectores para lograr un panorama mucho más resiliente y preparado. Incluyendo al sector privado.  Está en elaboración la nueva política nacional de gestión de riesgo como marco orientador de acciones e inversiones en el país para reducir los riesgos.

El sector privado juega un papel fundamental para velar porque se tome en consideración de forma correcta el riesgo de desastres en la cadena de valor de las empresas y los negocios. Panamá se ha adherido a ARISE, a través de SumaRSE, cuyo objetivo es movilizar al sector privado y a los actores de la sociedad en la construcción de un futuro compartido, con progreso económico, social y ambiental sostenible para Panamá. Las redes ARISE representan colectivamente a miles de empresas de todos los sectores, y han proporcionado un espacio para la construcción de capacidades y la diseminación de herramientas y buenas prácticas, además de propiciar el diálogo dentro del sector empresarial y entre los ámbitos público y privado. 

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¿Cuál ha sido el papel del empresariado en la reducción del riesgo de desastres en Panamá y la región? ¿Son los empresarios conscientes de su responsabilidad?

La región de las Américas y el Caribe tiene muy clara la importancia del sector privado en la reducción del riesgo de desastres. En México, por ejemplo, 150 empresas y más organizaciones han constituido una red de apoyo en situaciones de desastre. Se han entregado viviendas seguras a las comunidades afectadas: 806 viviendas en Oaxaca, México; 156 en Puerto Príncipe, Haití; y 144 en Managua, Nicaragua. Además, en Colombia, por medio de ARISE y como resultado de un diálogo permanente con el sector público, la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (ANDI) y el Consejo Colombiano de Seguridad (CCS) participaron en la formulación de la Ley 2157 de 2017, que establece los lineamientos de los planes de la gestión del riesgo de desastres.

En el Caribe, por otra parte, las cámaras de comercio de veintiún países y territorios, representando colectivamente a más de 90 mil negocios, estableció la red CARICHAM. Esta red de cámaras de comercio fue lanzada con el apoyo de UNDRR e integró la reducción de riesgo de desastres como uno de los cuatro pilares principales de la organización. Durante la pandemia de COVID-19, el sector privado también ha desempeñado un papel central al acelerar la distribución de suministros médicos, terapéuticos y de diagnóstico, así como al participar en el desarrollo de vacunas y su eventual distribución.

Apoyar al sector privado para que pueda dar continuidad a sus operaciones y lograr la resiliencia es fundamental para la recuperación. Este apoyo debe ir dirigido especialmente a las pequeñas y medianas empresas, quienes carecen del capital financiero necesario para resistir interrupciones prolongadas. Solo en Estados Unidos, según FEMA (2016), el 40 % de las PyMEs no reabren sus puertas tras la ocurrencia de un desastre. Los empresarios, principalmente los de las PyMEs son conscientes de su responsabilidad y del rol que deben ejercer para, juntos, lograr una sociedad más resiliente. Hoy en día, por ejemplo, CARICHAM y redes ARISE están trabajando en el desarrollo de un Centro de Excelencia para la Resiliencia de las PyMEs en el Caribe, con apoyo de UNDRR y de UPS Foundation.

El sector privado tiene un rol clave en forjar y abonar alianzas público-privadas para la resiliencia en beneficio de las comunidades y las personas mas vulnerables. Reducir vulnerabilidades y los riesgos existentes, así como evitar la creación de nuevos riesgos, es responsabilidad de todos, sector publico y privado de la mano.

 

Y el ciudadanos común, ¿cuál es su rol en la ruta hacia la resiliencia climática y la sostenibilidad?

La reducción de riesgos comienza en casa. Lamentablemente generamos riesgo a un ritmo mayor que nuestras acciones por reducirlo. Si construimos sin respetar los códigos de construcción, en zonas inundables o de alto riesgo volcánico, o en cerros y laderas con materiales poco adaptados, estamos construyendo riesgo. Los niños y los adolescentes tienen una consciencia ambiental más fuerte y son conscientes del legado que tendrán que asumir. Las escuelas están asumiendo crecientemente el importante rol de educar y acompañar a los niños en su concientización sobre los desafíos climáticos y ambientales. En casa también tenemos que responsabilizarnos por crear el mundo que queremos. Si no nos adelantamos la realidad se nos vendrá encima de todas maneras. Lo vemos con el aumento de la gasolina, y de los servicios en muchos países. Eso nos obliga a reflexionar sobre nuestro consumo y buscar ser más eficientes. Para construir una sociedad más equilibrada con el medio ambiente, y más saludable, debemos comenzar reflexionando sobre nuestros propios hábitos y costumbres. Al final de lo que se trata es de crear una cultura de la prevención, y eso debe comenzar en los hogares.