Home office: expectativa vs. realidad
Últimamente he tenido la oportunidad de visitar a familiares que no veía desde el año 2019 AC (Antes del Covid). Y además de ver que algunos tienen más canas, más arrugas y más bótox, también me di cuenta de que una relación familiar estrecha, amorosa y de verdadera confianza realmente existe si se da el siguiente ritual: que le muestren a uno el espacio de la casa en donde hacen home office.
Es que mostrarlo está casi a nivel de revelar el listado de todas las personas con quienes han tenido sexo en su vida. Le dicen a uno: “Eeehh… bueno… no te sorprendas cuando lo veas… vas a encontrar cualquier cosa… no me enorgullece mucho, pero es lo que conseguí… ¡Y no le vayas a decir a nadie!”.
Porque la vergüenza que generan los espacios de home office viene dada por dos factores. Que todos alguna vez trabajamos en una oficina (concebida para ser oficina) y que todos hemos visto espectaculares espacios de home office en internet que son como cuando uno ve en redes a alguien comiéndose una hamburguesa de cuatro pisos; mientras uno está almorzando macarrones con atún.
Es por ello que le invito a tranquilizarse, pues el home office representa uno de esos fenómenos actuales en donde la relación “expectativa vs. realidad” pesa muchísimo. Simplemente abrace el hecho de que las cosas son de la siguiente manera:
EXPECTATIVA: usted se despierta una hora antes para bañarse, desayunar, hacer ejercicios y luego conectarse al trabajo lleno de energía.
REALIDAD: usted se despierta cinco minutos antes y prende la computadora, mientras se cepilla los dientes, para luego trabajar el resto del día en pijama y usando chancletas con medias.
EXPECTATIVA: su escritorio es un diseño moderno de la tienda IKEA.
REALIDAD: su escritorio es la mesa del comedor y, si allí se llegase a celebrar un cumpleaños, deberá mover toda su “oficina”. Y esto si no está trabajando sobre la mesa de planchar debido a que es la única que calza bien sobre el sofá.
EXPECTATIVA: el escritorio tiene a la mano todas sus herramientas de trabajo, como un aro de luz, micrófono profesional, computadora, libretica de cuero y una plantica para armonizar el ambiente.
REALIDAD: el escritorio tiene a la mano todas sus herramientas de trabajo: cortaúñas, desodorante, tres tazas de café vacías, bolsas de té usadas, la cesta de ropa por doblar, un esnórquel, el gato del carro y un casco de una armadura medieval.
EXPECTATIVA: el monitor de su computadora está perfectamente diseñado para proteger su cervical.
REALIDAD: el monitor de su computadora está montado sobre los tres últimos ejemplares que existían de las páginas amarillas.
EXPECTATIVA: es un espacio silencioso.
REALIDAD: es un espacio silencioso (siempre que no pase el vendedor de verduras, el comprador de chatarra, los bomberos, la ambulancia, una moto o que haya una batalla campal en su vecindario entre dos albañiles de una remodelación para probar quién da los mandarriazos más duros tumbando una pared).
EXPECTATIVA: usted trabaja sentado sobre una silla ergonómica.
REALIDAD: su silla ergonómica es una silla Luis XV del comedor con almohadas de Bob Esponja para proteger el coxis.
¿Ve? Usted no se encuentra solo. Todos somos parte de ese mismo gremio de los “homeofficeros”. Una comunidad que quizás no esté tan orgullosa de las condiciones laborales en las que decidió meterse; hasta que llega ese mágico día en donde la pugna “expectatica vs. realidad” le juega a favor así:
EXPECTATIVA: su jefe cree que usted atiende a la reunión virtual desde su casa.
REALIDAD: usted atiende a la reunión virtual desde una escapadita que se echó para la playa y que jamás publicará en ninguna red social.