Es tiempo de Navidad y con ella, tiempo de salir de compras para luego, en la tienda, pensar: “¿Por qué no existe San Nicolás de verdad para no tener que estar lidiando yo con esta compradera?”. Porque en las compras navideñas de antes, sólo se perdía tiempo luchando con los estacionamientos llenos y con los otros compradores que estaban tan desesperados como uno. Pero ahora hay que agregarle a la agenda, la carga de paciencia que se debe tener para soportar la “buena atención” de los vendedores con sus “¿Ya lo atendieron? ¿Ya vio nuestra promoción?” (fenómeno que también podría conocerse científicamente como el síndrome de “No me jodas la vida que sólo estoy viendo”).
Porque antes uno sólo iba a una tienda, miraba, agarraba, se lo ponía encima a ver cómo le quedaba, se molestaba internamente por lo gordo que se veía, olía el producto (porque no hay nada mejor que el olor de producto nuevo y si alguien sabe de un perfume con olor a carro nuevo o a juguete nuevo, me avisa por favor), luego preguntaba el precio, trataba de regatear, se sentía fracasado cuando no le aceptaban la regateada, pagaba y listo; pero ahora no.
Ahora uno se ve obligado a iniciar toda una relación de amistad con el vendedor parecida al círculo de la vida de El Rey León. Y ello aplica para compras grandes como para compras insignificantes, como las de comerse un sandwichito para agarrar fuerzas en medio de la intensa jornada de compras navideñas:
Y así fue como la voz del vendedor se fue diluyendo poco a poco en mi mente a medida que me fui alejando del puesto de sándwiches muy disimuladamente. Entonces corrí de inmediato al baño del centro comercial, me metí en una cabina, saqué una hoja de papel, un lápiz y escribí rápidamente: “Querido Santa, esta Navidad sólo tráeme un sándwich y ya”. Doblé el papel, me lo guardé en el bolsillo y de repente sonó mi celular. Era Santa: “Jo, jo, jo… ¡Hola, Reuben! ¿Cuándo quieres que te lleve tu sándwich? ¿El 24 en la tarde, el 25 a las doce, el 25 en la mañana cuando te levantes, te lo lanzo por la chimenea, te lo dejo en la puerta, me meto por la ventana, lo pongo debajo del arbolito, a un ladito del arbolito, en tu cuarto o le digo al Niño Jesús que se encargue de eso?”.