La Reindustrialización de Latinoamérica debe prever el Riesgo Ambiental
Los discursos de los mandatarios latinoamericanos durante la conferencia del CELAC tuvieron algo en común: casi todos hablaron del efecto mitigador de la reindustrialización para hacer frente a los riesgos geopolíticos y económicos. Hubo mucho diálogo relacionado a las oportunidades que representan el “nearshoring” y “friendshoring” para mitigar el impacto de la crisis energética y las nuevas realidades de un sistema global multipolar en las cadenas de valor, pero muy pocos consideraron las medidas a tomar para mitigar los riesgos ambientales que deberán ser afrontados ante este nuevo paradigma regional.
En el contexto de la globalización, por mucho tiempo los procesos de industrialización en Las Américas se vieron relegados frente al crecimiento de China y los países del sudeste asiático, sin embargo, Latinoamérica es ahora, nuevamente, la tierra prometida.
Mientras los grandes bloques geopolíticos están reevaluando sus cadenas de valor, desde sus sistemas monetarios hasta sus sistemas energéticos, las nuevas tendencias ideológicas y políticas de la región, han hecho a la mayoría de los países latinoamericanos volcarse nuevamente hacia la industrialización como motor del desarrollo sostenible, de la mano de la Cuarta Revolución Industrial, que se asocia a la impresión 3D, la robótica, la inteligencia artificial, el Internet de las cosas, la realidad aumentada, el Big Data y los sistemas de integración.
Este nuevo paradigma cuenta con un gran factor de riesgo que son los fenómenos ambientales, ya que Centroamérica y el Caribe están sujetos a una temporada ciclónica cada vez más extendida e intensa, las fallas sísmicas son más frecuentes y la sostenibilidad alimentaria se ve retada por sequías, inundaciones y los efectos de la actividad humana desregularizada en la agronomía, minería y urbanización. A esto se suma, que 8 de los 10 volcanes más peligrosos del mundo se encuentran en esta región. Aunque existe una discusión activa sobre las causas - y aun la realidad misma del cambio climático - sus efectos son innegables. Su impacto en la desigualdad social, posibles retos en la continuidad de negocio y en la estabilidad sociopolítica son cada vez más difíciles de ocultar.
El cambio climático ha amplificado los riesgos existentes, como lo demuestran los recientes terremotos en Turquía y Siria, donde las réplicas igualaron el temblor inicial, y el huracán Dorian, que se detuvo sobre las Bahamas durante un día entero, causando destrucción a propiedades con defensas contra tormentas diseñadas para huracanes "normales". Tales desastres se han vuelto cada vez más difíciles de predecir y más fatales, y nos dejan importantes preguntas, incluso sobre la resistencia de los edificios e infraestructuras ante tales fuerzas.
En el panorama de riesgos compuestos y de incertidumbre que vivimos, la responsabilidad cae inevitablemente en los hombros de los líderes empresariales - a la par de los líderes políticos - preparar sus empresas, comunidades corporativas e infraestructuras críticas para hacer frente a los riesgos ambientales.
Las lecciones del siglo XX y XXI deben servir como base para establecer mecanismos de mitigación, respuesta y colaboración público-privada, de manera que la adaptación al cambio climático responda al crecimiento sostenible de la región. Este es el momento de un “Green New Deal latinoamericano” hecho a la medida de los actores regionales, de manera de actualizar y potenciar la productividad para convertir las riquezas naturales de la región en riquezas materiales para toda la comunidad latinoamericana.